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En esta intervención, cuyo objetivo principal es reducir el peso corporal, para disminuir el riesgo de enfermedades y mejorar la calidad de vida, una alimentación, ajustada a las necesidades de cada paciente, sana y balanceada tiene efectos de alto impacto para cumplir con ese propósito.


Como parte del equipo multidisciplinario que interactúa con el paciente que va a ser llevado a cirugía bariátrica, el nutricionista juega un rol importante tanto en su preparación prequirúrgica como en su recuperación posterior.

Ese acompañamiento, dice Sabina Gaitán, nutricionista de la Clínica Medellín, propende por mejorar sus hábitos de alimentación, no solo de cara al compromiso quirúrgico sino para el resto de su vida. El 90% del éxito de esta cirugía está en seguir con juicio y rigor el plan de alimentación indicado, sugiere Gaitán.

Promover estilos de vida saludable, como la modificación de hábitos de alimentación, lo cual mejora la adherencia del paciente al tratamiento integral que se le recomienda después de la cirugía, finalmente, prevenir las deficiencias nutricionales y evitar la reganancia de peso, son las premisas del acompañamiento.

“Con las resecciones intestinales que se realizan, dependiendo del tipo de cirugía bariátrica a la que sea sometido el paciente, se aumentan las deficiencias de vitaminas y otros nutrientes que pueden repercutir en el estado de salud”, agrega nuestra nutricionista invitada.

La preparación y la recuperación

La etapa previa a la cirugía, que comienza un mes antes de la misma, es restrictiva, ya que se requiere que exista una reducción en la ingesta de alimentos más calóricos. Por tanto, bajan los aportes de los micronutrientes presentes en el organismo y es posible suministrar suplementos para suplir esas deficiencias.

Luego, una a dos semanas previas a la intervención, se establece una dieta líquida o licuada con pocas calorías y en otras ocasiones solo se sugiere un ayuno corto horas antes. Esto depende de la técnica quirúrgica que se vaya a aplicar, del nivel de obesidad del paciente y de su índice de masa corporal.

Una vez la cirugía se lleva a cabo, se maneja una dieta por etapas que brinda avances progresivos en la recuperación, garantiza la hidratación y que permite evaluar la tolerancia intestinal a los alimentos.

Se inicia con una dieta líquida estricta, sin azúcar a base de agua, en volúmenes muy pequeños de no más de tres onzas cada una o dos horas que va a partir de las seis primeras horas siguientes al procedimiento y hasta los tres días posteriores.

Esta dieta puede incluir consomés desgrasados, gelatinas, aromáticas, paletas, hielo, agua sin gas y no se deben consumir cafeína, azúcar o gas.

Al tercer día la siguiente etapa contempla, entre siete y catorce días después de la cirugía, una dieta licuada completa, en la que se adicionan alimentos a base de leche deslactosada y desgrasada para mejorar el aporte proteico y nutritivo. En esta misma etapa se incluye en el plan de manejo nutricional un módulo de proteínas de alto valor biológico, que alcance a cubrir el requerimiento proteico del paciente (de 60 a 120 gramos /día), lo recomendado por las sociedades internacionales de nutrición y dietética para combatir las deficiencias proteicas que la cirugía provoca, debido al estrés que ejerce sobre el paciente y que se evidencian en la caída del cabello, el debilitamiento de las uñas, fatiga, entre otras señales.

Lo anterior ayuda a que haya luego una transición a una dieta blanda puré, de fácil masticación, con alimentos en tipo puré, papillas y en pequeños trozos, como papa criolla, plátano, pollo desmechado, además de sopas, y se puede incluir el huevo y el queso bien triturado.

Todos los productos deben bien triturados y con texturas muy blandas para favorecer la digestión y la tolerancia del alimento.

El tamaño de la porción de los alimentos en esta tercera etapa puede ser hasta de 1/3 de la porción que come el paciente en condiciones normales, esto cambia según el tipo de cirugía y de la tolerancia individual. Posterior a la cirugía, es común que exista una sensación de llenura temprana con mínimas cantidades de alimentos, por lo cual se sugiere el suministro de alimentos de forma fraccionada, progresiva y hacer una adecuada masticación.

Luego se continúa con una alimentación saludable, como lo es incluir dos porciones diarias de verdura y tres de fruta, según tolerancia del paciente y al menos dos semanales de pescado, reducir preparaciones fritas, incluir lácteos y derivados descremados, además del consumo de grasas cardioprotectoras.

Por último, se llega a la etapa final, que se considera definitiva pues se introduce a la dieta que seguirá el paciente en su vida normal, con algunas recomendaciones claves como evitar mezclar líquidos con los sólidos para que no ocurra una llenura temprana.

El seguimiento nutricional al paciente se le brinda en hospitalización las primeras 24 horas después de la cirugía y continúa con revisión a las dos semanas de la intervención. La frecuencia de las consultas pasa a ser mensual, trimestral y anual.

La educación es fundamental

Este es un proceso educativo en sí, en el que se le enseña al paciente a llevar un estilo de vida saludable desde una adecuada alimentación y práctica de actividad física, lo cual debe mantenerse el resto de su vida, para prevenir llegar a escenarios similares a los que tenía antes de la cirugía.

Lo ideal es que el paciente se adhiera al seguimiento que se le recomiende y evite ganar peso, asistiendo a los controles para garantizar que la intervención sea exitosa y contribuya a mejorar su calidad de vida.


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