Esta auxiliar de enfermería es la colaboradora que lleva más años sirviéndoles a la institución y a sus pacientes. Aquí narramos una pequeña parte de su historia.

Ángela María Arteaga Gómez es enfática: “que quede claro que soy la más antigua, pero no la más vieja”. De sus 57 años de vida, 39 han transcurrido en la Clínica Medellín, por lo que no se imagina cómo será su existencia a partir del día en que le digan que su trámite está listo y que puede disfrutar de su jubilación.
Es tal su energía y su dedicación que algunos compañeros le dicen “Angelita, vos trabajás como si hubieses iniciado ayer”. Ha pasado por todas las sedes de la clínica, desde la extinta sede de la Torre Fundadores en el centro de Medellín hasta las instalaciones de El Poblado y Occidente. Por todas ha dejado amistades y buenos recuerdos, de sus compañeros y de sus pacientes.
Aún recuerda cuando siendo muy joven, con apenas 19 años (en 1983), llegó a la clínica como estudiante de auxiliar de Enfermería del Sena. Venía proveniente de la Clínica León XIII, donde estaba realizando la práctica, para hacer la etapa productiva, que era un requisito para graduarse.
Antes, en la misma institución, había hecho una tecnología en Nutrición y Dietética, pero sin ejercerla.
Ángela tuvo temor de que no la recibieran en la clínica pues no contaba con el patrocinio de alguna empresa, un requisito indispensable en ese entonces durante la etapa productiva en el Sena. Sin embargo, a cambio la respaldaron las referencias, las actitudes y las aptitudes que de ella mencionaron sus docentes.
Asistir en la vulnerabilidad
Ángela ha acumulado incontables satisfacciones en el ejercicio de su labor, pero no le quedan dudas de que las más grandes han sido aquellas cuando puede acompañar a los pacientes a calmar algún dolor y a asistirlos en los momentos que más vulnerables se sienten por su condición de salud.
“Aunque yo no sea médica ni ordene, que alguien me diga que le ayude a calmar un dolor y yo le pueda dar un poquito de apoyo, me da mucha satisfacción en mi profesión”.
En sus 39 años de recorrido es complejo elegir un momento, una situación que la haya marcado entre tantas vivencias, pero Ángela comparte una, entre tantas, que le removió sus emociones. La protagonizó una paciente con cáncer que tenía tres hijos.
La señora, entre lágrimas, se agarró con fuerza del brazo de Ángela y, sin soltarla en ningún instante, le decía “¿quién me va a cuidar a mis hijos?”. El cáncer era muy invasivo y el pronóstico no era el mejor, por lo que se requería de una intervención quirúrgica para avanzar en su tratamiento.
Ángela, con un nudo en la garganta, trataba de consolarla y de acompañarla, y así lo hizo hasta donde le fue posible, pero sin duda que esa historia fue desgarradora.
El bienestar de los pacientes ha sido su interés permanente. Siempre, en su primer contacto con ellos, se les presenta por su nombre y en su estrategia de romper el hielo los recibe con un mensaje de esperanza: “usted es muy de buenas, llegó a la mejor clínica y con la mejor enfermera”. Eso les da risa y de algún modo los tranquiliza.
Por supuesto Ángela guarda la modestia y asegura que todas sus compañeras son muy buenas, pero ella siempre trata de que el paciente se sienta cómodo y reciba tranquilo el tratamiento que le corresponda.
Esa cercanía y ese respeto por las personas que llegan a sus manos le ha hecho ganarse una cantidad de amistades y de buenos recuerdos que le quedan en su memoria, y que por eso ahora que está cerca de su jubilación siente nostalgia de que algún día, muy pronto, no vuelva a disfrutar de esa experiencia.
A veces, dice, le cuesta entender que sus compañeras, entre ellas las más jóvenes, le digan que qué tan bueno que se va a jubilar, porque ella no concibe otra forma de transitar su existencia si no es sirviéndoles a los demás.
“Lloré mucho cuando entregué los papeles, yo no me quiero ir. Llevo más tiempo en la clínica que de casada”, menciona haciendo alusión a su matrimonio con Diego Mejía, con quien tiene dos hijos: Jorge Iván y Carolina, sus “niños” de 33 y 27 años a quienes adora con el mismo amor que profesa por su oficio y por sus pacientes.