Con melancolía, esta colaboradora se despidió tras 26 años de laborar en la Clínica Medellín, para disfrutar de una nueva etapa en su vida como pensionada.
“No entiendo por qué la gente dice que en el trabajo está su segunda familia, si para mí fue la primera. Uno a la casa no va sino a dormir”, señala Beatriz Elena Jaramillo, quien el lunes 5 de diciembre, su primer día después de pensionarse tras 26 años de labores en la Clínica Medellín, se sintió muy rara sabiendo que no tendría que seguir la misma rutina que mantenía todas las mañanas antes de dirigirse a su lugar de trabajo.
Se despertó a las cuatro de la mañana, abrió los ojos, miró para el techo, le dio varias vueltas a la cama y sintió nostalgia y melancolía al saber que ese día no vería a sus compañeras de oficina. Tanto las extrañaba que recién inició la jornada las llamó para preguntarles cómo estaban y agradecerles de nuevo por la despedida que le prepararon el viernes anterior a su retiro.
“Me dio duro, mucho, no sabía que me querían tanto. Yo siempre dije que había entrado a la Clínica Medellín por la puerta grande y salí por esa misma puerta. Hice todo con amor, nunca hice nada que no me gustara, lo que no me gustaba de inmediato lo expresaba, con la convicción de que uno para trabajar tiene que dar el 100 % y así salimos todos adelante”, comenta.
Su recorrido
Beatriz tiene sesenta años, vive en Medellín y realizó varios estudios: es auxiliar de farmacia, también de enfermería, y luego se enfocó en facturación y auditoría de cuentas. Su último cargo en la Clínica fue el de auxiliar de facturación.
Antes de arribar a la institución tuvo un periplo de doce años en la Clínica Soma. Al enterarse de que la Clínica Medellín estaba construyendo una nueva sede en El Poblado, tomó la decisión de entregar su hoja de vida para que evaluaran su perfil. Lo hizo un viernes en la mañana y a las dos de la tarde recibió una llamada en la que la citaron a entrevista al otro día en la mañana.
Ese mismo día le preguntaron que cuándo podía iniciar, ella dijo que cuando la necesitaran. El lunes presentó su carta de renuncia en la otra empresa y el martes inició en su nuevo empleo.
Su rol fue clave para el comienzo de las operaciones en la sede de El Poblado, una experiencia que le dejó muchos aprendizajes y una experiencia inolvidable, por ser retadora y desafiante, pero al tiempo muy gratificante.
“El principal aprendizaje fue quererme a mí misma, aceptarme como soy, para hacer todo con amor, porque me nace y me gusta, y si no, mejor no hacer nada”, señala.
Un recuerdo doloroso
De su trayectoria en la Clínica le quedó un recuerdo doloroso, pero que al trabajar en una entidad de salud fue muy representativo por haber brindado su mejor esfuerzo para salvar vidas: el atentado del Parque Lleras en mayo de 2001, que causó la muerte a ocho personas y dejó heridas en al menos un centenar más.
Beatriz había terminado turno a las siete de la noche y al otro día descansaba. Ya estaba de reposo en su casa cuando recibió la notificación del insuceso y tuvo que organizarse a las carreras y regresar a la Clínica para prestar su apoyo a la contingencia.
Otra experiencia que no olvidará fue la reciente atención de la emergencia por la pandemia del COVID-19, que para su lamento provocó la muerte de algunas personas que conoció durante el tiempo que trabajó en la institución.
Además de las tristezas, para Beatriz fue satisfactorio poder cumplir desde su labor con un servicio vital para las personas y aportar para que su salud estuviera en las mejores manos.
“Mi trabajo fue tan importante como el del médico, el cirujano o el anestesiólogo, independiente de que para el paciente fuese o no transparente, así como el personal de aseo, el que lava y plancha la ropa. Si no lo hacemos todos juntos, la atención del paciente quedaría inconclusa”, cierra Beatriz en una mezcla de melancolía y nostalgia, pero también de alegría y satisfacción por el esfuerzo que hoy se recompensa con su merecido descanso.