La Clínica Medellín, con el acompañamiento de la Fundación Instintos, desarrolla su programa de terapias asistidas con perros dirigido a pacientes oncológicos, un aporte de la institución para el mejoramiento de su estado psíquico y emocional, con el trabajo de un grupo interdisciplinario en el que participan, además de los animales, médicos, veterinarios, trabajadores sociales, psicólogos y adiestradores.
El objetivo
María Elena Arango Rodríguez, médica veterinaria y directora de Adiestramiento de la Fundación Instintos, comenta que la intervención tiene un fin terapéutico, en la que, a diferencia de las actividades lúdicas o recreativas que se pueden llevar a cabo con los perros en el hogar o cualquier otro sitio, en este caso se siguen unos protocolos de asistencia dirigidos por profesionales de la salud en un ambiente clínico, para brindarles a las personas un acompañamiento psicoemocional durante la fase de tratamiento, la más aguda en su atención en salud.
“Es una ayuda para su desarrollo emocional en una situación de difícil manejo. Los perros no los van a curar, pero tampoco los va a juzgar; a ellos no les importa si tienen pelo o no, si están enfermos. Ellos, por el contrario, les darán un soporte para sobrellevar el proceso” sin esperar a cambio más que el cariño del paciente, señala Arango.
Los animales que participan en las terapias están debidamente entrenados y certificados para realizar esta actividad por personal capacitado en adiestramiento, que los prepara para esta tarea, no solo desde su comportamiento y las actividades que realizan, sino también desde la parte sanitaria. Para ello son vacunados y desparasitados, previniendo cualquier foco de infección, que puede ser en doble vía: del paciente al animal y viceversa.
¿Cómo lo hacen?
A través del perro, afirma María Elena Arango, se saca de su contexto a la persona en aquellos momentos más álgidos de su tratamiento contra el cáncer.
Antes de llevarlos a un hospital o una clínica, los animales son debidamente seleccionados para comprobar que son aptos para ofrecer esta terapia. En este caso, importa más el proceso de adiestramiento, del cual dependen su comportamiento y sus aptitudes, más que la raza en sí.
Sin embargo, existen algunas especies más comunes para estas intervenciones, como son los golden, el labrador y hasta los criollos. Pero como dice la directora de adiestramiento, importa más es que el animal, como característica natural, sea social y le guste el contacto humano, así no conozca antes a quien está siendo atendido.
Con esto, más el adiestramiento que reciben, estarán en capacidad de interactuar con pacientes oncológicos en situaciones que podrían serles hostiles, por el vestuario que lucen los médicos, los olores de los medicamentos, entre otros factores para los cuales son entrenados.
Todos los animales son acompañados por un guía, que de igual manera está debidamente preparado para enfrentarse a estas situaciones, desde las aptitudes profesionales, el conocimiento previo con el perro -mínimo seis meses-, y las precauciones sanitarias que se deben cumplir, pues también estará en ambientes clínicos con riesgo de infecciones.
Esta persona tiene que haber trabajado previamente con el perro, algo clave para aprender a conocer su lenguaje corporal e identificar si este se encuentra cómodo tanto con el sitio en el que se está desenvolviendo como con el paciente que le haya correspondido.
La idea es que el perro esté tranquilo, para que esa sensación se la transmita al paciente, de lo contrario el objetivo no se cumplirá.
¿Qué soporte clínico tienen estas terapias?
La doctora Arango señala que hay estudios clínicos que han validado los efectos positivos que estas intervenciones tienen en la disminución de los niveles de estrés de los pacientes que se encuentran en tratamientos como quimioterapias y radioterapias.
Dichos estudios soportan el uso de estas terapias, y han sido probados en grupos poblacionales con enfermedades oncológicas y en períodos adecuados para hacerles seguimiento a sus impactos en el manejo de la enfermedad.